En horabuena (migas de porro en el saco) retomo mi régimen de sueños y de visitas al puerto. Las palabras son catervas en la noche fría, la patria de mi infancia eran las letras hasta que conocí el perfume de la bosta. Le hecho culpas al juego en los durmientes o a las inmediaciones del amor. Algo de eso hay. Y el río, por supuesto, esa trenza gastada que cederá en breves. Hoy quiero discutir por cualquier cosa, necesito pelear y pelear hasta caer rendido en el regazo de la noche. Como los chicos, pero acéfalo de inocencia. Máxime la sangre, el amanecer espía, la chirola girando en el aire y tus besos en mi frente. De saber el destino de tus labios te hubiera cabeceado la boca. ¿Oís el fuste de los crotos en la calle? No escuchas nada más que tu radio a cuerda: el latido de tu corazón. Filarmónica de tu pecho, de tu patria equivocada.
Y nosotros oramos, rendimos, bebimos, perdimos, roncamos. Como las sombra de aquel árbol deshojado y pétreo, muerto en el prado por el hollín de las fábricas.
Es de noche “True love Waits”, las sombras acostadas hablan y fuman en el casín, me dicen que soy un burro, un enamorado de la nada. Primicias te las debo, lo que sí hay es un astrólogo que está acostumbrado a decirme la verdad, pero yo no le creo. Descreo de la verdad de mi vida. Del astrólogo ni te cuento. Y así voy y vuelvo al fondo de la cuestión, al estado sitiado de mi patio en penumbras. Y más allá de la penumbra, el baño de hombres. La sinceridad de los tipos en la noche menor, ilimitada, dubitativa; me dan fuego. Sí, y a minutos de aquí un alba nueva. El mozo y el tute, la tuca en mi bolsillo, el lagarto inflable que me mirá fijo aguantando el mostrador; el coro de algún ángel repugnante o tus piernas. Me traen el café en un balde. No es lo que pedí. Por la ventana no se ve nada, solo mi cara de galleta mugrienta reflejada en el cristal. Me imagino -aunque es injusto- a los carboneros quemando el telón mientras que de fondo un fragor de maquinarias laten, bruscas, callan tu corazón; o pienso un recuerdo: en Breccia, todo el tiempo me olvido de ese recuerdo. De Breccia y de Lovecraft. Como esa frase “nunca recuerdo olvidarte”, maravillosa para leerla a pie de página pero no para sentirla. Y después pienso un color, el humor; un mueble: mi balero. Y pienso un sentimiento: el fracaso y también un anhelo, tener hijas de viejo; y pienso en algún genio que murió en el anonimato y la miseria; y en un anónimo miserable que vivió en la genialidad, y en un motivo; y en el apodo ideal para el albañil que trabaja conmigo, pienso en eso ahora. Y también en como será un día en la vida del astronauta ciego, en un país: la infancia; en una palabra: veintidosmillonesochocientosquincemilquinientosveintisiete, en un ejemplo, el agua, en otro ejemplo John William Cook, en un fonema, en un sufijo, en un poema (cualquiera de Perlongher) y por último en unas piernas: las del mozo negro.
Por gracia divina llega una voz desde la única mesa con paño verde, la palmada en la espalda del carbonero y su altoparlante rasposo: "tomatela pendejo, zafaste por que conocí a tu hermano sino te exiliaba los dientes de la boca". Otro poeta como el astrólogo me dije, pero a este tipo mejor le hago caso. El rocío cubre el muelle, nos vemos.