domingo, 1 de marzo de 2009

Micro tour // vol. b


Estuvimos anteayer en el campo de tu padre. Llegamos pasado el mediodía en el auto de Bruno, vos me contabas -a los gritos- sobre aquellos veranos en familia mientras en primera, cruzábamos la tranquera y minutos más tarde, tu relato se entrecortaba cuando el Audi frenaba su marcha. Allí estaba tu padre agitando el brazo delante del casco de estancia. Pletórico y servicial como acostumbra ser, había ordenado el armado una mesa larguísima en una pequeña galería con barrotes al estilo greco romano e impecable loza fina color mora debajo de nuestros pies. Sobre el blanquísimo mantel brillaban las calas y la platería y la cerámica blanca y pesada y los sendos cristales; era fácil enceguecerse. El acto continuo en perfecto orden: la presentación ejemplar, la brisa de marzo, la breve intervención del comisse, la burla sutil, el cordero y sus naranjos, tu progenito anfitrión, el aroma del Pinot Noir, el servicio, los intervalos, el entremesse, las almendras blancas, el discurso de un curador, todo en perfecto orden, hasta las pequeñas verdades y galantería; tu padre describiendo al himen como si enseñara a su harén de infieles soñadoras a catar cepas jóvenes, y tu madre, estoica y apenas sonriente ordenando a la criada con su mano lánguida la hora de los dulces. Luego de la creme brule de cerezos el brindis, los múltipes agradecimientos a tu padre.
Cuando la formalidad mermó huí, y por supuesto te arranque. Ya en la lejanía de la plena arboleda, levante tu vestidito floreado mientras te recostaba en el borde de una glorieta. Te pareció desubicado de mi parte y a mi me pareció desubicada tu mesurada actitud. Coincidimos.
Dormí un rato a la sombra de un parral y desperté cuando gritaste porque viste un gusano caer en mi hombro. Te dije somnoliento que era mi mascota, que podía repetir tu nombre y como en todo el findesemana no te arranque una puta sonrisa. Aun recuerdo cuando atravesé el perfecto silencio del almuerzo diciéndole a tu madre que antes de comprarme un auto me compraría un sitar, que me llevaría más lejos...