martes, 29 de julio de 2008

Experience Tour (Mazwitch - 08)


El sol caía como plomo sobre mi. El día tardaba en irse, el silencio era, secular, salvo los árboles sacudiéndose. Un plato con frutas y un recuerdo en lo alto de mi conciencia, la poca ropa blanca, hora de siesta, horas de conversaciones espaciadas. Alguien volcó el vino mientras ellos se escondían entre arbustos para decirse las palabras de la espera.
Alguien leía a Rilke y lo disimulaba, no se por que. Bajo el enero creció mi atisbo, lo que afirme luego: el hombre se reconoce en la observación sin pensamiento. Recorrí apacible la hilera de álamos que, mientras se sacudían, me recordaban a un verano en la quinta de Martín. Un primer beso, ahora, en lo alto de mi conciencia, de mi recuerdo. Rodé media vuelta en el pasto crecido y retomé lo afirmado: El hombre se reconoce en la observación sin pensamiento. Le agregue la mayúscula al inicio de la oración, y resolví no apretarla con comillas; estas, tan liberales por ser la voz de algún otro, carecen de bondad e identidad. El sol caía como plomo. El verano recién había comenzado y mis pensamientos altos sobrevolaban regiones ociosas, algo reflexivas, algo imperfectas.

viernes, 11 de julio de 2008

Experience Tour (Pompeya - Abril)




La ultima vez que te vi yo era algo así como una caravana de palabras. Sé que peco de mis estigmas, pues todo lo relaciono con el eximio lenguaje de los hombres, y en casi todas mis divagaciones, decaigo amor, pierdo mi espíritu en madejas irresistibles; le llamas tu: pajas mentales.
Pero vuelvo a los hechos. En aquellos días nos juntábamos a no estar tristes, tu voz serena y apasionada, modificaba el animo de cualquier inanimado. El mozo era un extraño perfecto y te miraba, yo sentía que estábamos en el patíbulo. Pero no, era el bar de siempre, la mesa de siempre. Éramos tristes, empero, y con la prepotencia maquiavélica de lo que nos pasó, ensayábamos un preludio, la crónica, y culminábamos con el llanto. Arrastrábamos las sillas y los abrazos empezaban a la vieja usanza, cara a cara, entrelazados de frente con los brazos, y proseguían cuando las manos bajaban la guardia -entre mirada tormentosas- recorrías mi piernas con la pericia de un relojero, mi péndulo dilataba entre estertores y palabras, mas que bajaba la guardia y la sangre en mi, palabras de las impronunciables que son pocas para mi, ya que digo todo, pero juro que me hablabas al oído como el mismísimo demonio. Nuestro submundo latía procaz debajo del mantel de la mesa.
El mozo se acercaba con el pedido. El café nunca me gusto, pero yo te amo. Vos decías que yo era un corso, sí, pero no de palabras, de delirios presocráticos y persecuciones. Vos me amabas como quien agarra un vaso y se bebe el liquido, yo te amaba como quien se indigesta por beberse la mar. Nos reíamos también, acaso por la facilidad, pero sin duda porque en ese estadio no podíamos mas que reír.
La risa, si usted la toma como un arma, posee la facultad impune de la distracción y del camuflaje. Estábamos tras la risa y mi mano en lo cóncavo.
Vos hablabas todo el tiempo con desconocidos, y yo te decía que te bebas esa agüita del vaso.
¿Sabes porque?
¿Sabes porque amor?

Mozo, nos cobra por favor…