martes, 18 de mayo de 2010

Flash Back // Italia 90




Aquella semifinal en Italia 90 no es para mí la clase de anécdotas que se cuentan en la sobremesa. Aquella semifinal, no es el tipo de recuerdo de mi infancia que yo suelo coleccionar, ya que ninguno de ellos vive en mi memoria como este, dotado de tanta claridad. En esos días yo tenía 5 años recién cumplidos, mi hermano Leonardo, 14;  mi vieja,  39;  Claudio Paúl Caniggia,  23;  Maradona, 30; Luis Alberto Lacalle, 59; mi abuela materna, 55; Juan Carlos Onetti, 80; Alfonsín, 63; Axl Rose, 28; Roberto Baggio,  23; Juan Pablo II ,70; George Bush (padre),  66;  Sebastián Abreu, 14;  mi primo Miguelito,  1 año.  La semi contra los tanos tenía  preso a todo Montevideo como si el mismísimo Obdulio Varela entrara en el verde césped.  Toda la familia de mi vieja (decenas de primos y tíos) se agolpaba frente a una TV de 14` en la casa de mi abuela, en pleno corazón del Pque. Rivera, barrio de fuerte acervo popular.
Cuando -a minutos de haber arrancado el juego- Schillaci abrió el marcador toda la uruguayada  festejó de pie y enardecidamente la conquista como propia. Sorpresa, tengo la fiel remembranza de esa sensación: si, tamaña sorpresa.  Todo el primer tiempo fue dantesco, un gaste terrible de parte de mi familia materna a tal punto, que no recuerdo bien que mierda hacíamos nosotros ahí y mucho menos que pasaba dentro del televisor. (Es sabido que los uruguayos prefieren nuestro fracaso futbolístico,  yo viví allá y puedo asegura -siempre en el arte de generalizar- que la envidia charrúa dirigida a los porteños suele ser insana). Sorpresa, identidad nacional y expresión popular y yo con 5 abriles…  Entonces ¿De que la iban mis parientes? ¿Por qué no hinchaban por Argentina si éramos familia? Era lógico tomármelo como algo personal y con el tiempo supe que lo era, ya que mi vieja me confesó años después que en ese momento de su vida estaba peleada a muerte con mis tíos más grandes, los patriarcas de la familia que justamente eran quienes promovían ese gusanismo grotesco. Jamás la voy a olvidar a ella, a la heroína -con ese amor hiriente en la boca-  putiando en pleno entretiempo a todos y cada uno de ellos  por ser tan antiporteños y por no defender los colores de Leo -mi hermano- y los míos.  Pobre Leito, él si que sufrió ese día como nadie porque era más grande y entendía bien lo que pasaba, aunque así como subió su dolor cayó su venganza, seguramente, tiempo después.
 Acto seguido de los entuertos, segundos después de que mi vieja le hiciera un corte de manga a toda la familia; nos agarró a los dos y nos sacó literalmente volando de ese lugar. Chau traidores.
 Boyamos un buen rato por las calles desiertas. Montevideo en invierno es como la Buenos Aires que pensó Oesterheld: un club de solos. El mundial latía entre las casas, por la onda corta en la ciudad oscura. Imagínenselo, todo el mundo pendiente del partido mientras el sol se terminaba de esconder tras los monoblock del Pque. Rivera. Hacia un frío de cagarse y gracias a dios que encontramos un bar y entramos, más apurados por el frío que por el mismísimo mundial. Adentro, la historia era la misma, los uruguayos alentando a los tanos como si nada. ¿La madre patria? ¿La familia unita? ¿Los ravioles de la nonna? Quien sabe. Enseguida nos escabullimos entre la gente y vimos lo que quedaba del partido desde el fondo del bar, en medio de una nube de pucho y un griterío infernal.  Como imaginarán, el sumun de mi relato es ahora y fue cuando a la mitad del segundo tiempo la saeta desprolija del Pájaro peinó esa bola en el corazón del área grande, mamita, el estadio en silencio.  Por un segundo ganó el silencio en el bar también,  un mozo dijo una pavada…hasta que el corajudo de mi hermano rompió con lo que se daba y pego un alarido descomunal...  Gooooooooooooooool,  y ahí nomás -como emergidos desde la sombra- se escucharon otro gritos en sintonía. 1 a 1, pura mística,  traidores, cipayos de Latinoamérica.
 Mi recuerdo termina acá, lo que sigue son imágenes aisladas y alguna que otra fantasía mía que aún atesoro. Mi hermano gritando en los penales totalmente desencajado, el intuitivo gigante de los penales, Goycochea;  los borrachos del bar azorados ante la sumida lealtad de los porteños y mi vieja llorando cada vez que la cámara enfocaba al Diego y este ponía esas caras entre heroicas y dramáticas. Siamo Fiori, el mundo a doce pasos de la gloria, a doce pasos de la nostalgia. Creo que ese día me hice argentino. De la final con Alemania no recuerdo nada, y si fuera por mi memoria -pobrísima almacén- fuimos campeones en Italia 90 ganando ese partido a los tanos, por penales, en un bar de Montevideo.